Casa
lanvin
Poca gente conoce el origen de la marca Lanvin, que no es otro
que la historia personal de una creativa y hacendosa francesa, Jeanne Lanvin,
uno de los más importantes iconos de la moda del último siglo. Lanvin nació en
París en 1867 y tuvo un lugar preponderante ya en su familia, como hija mayor
entre 11 hermanos. Sus padres, sin grandes posibles, vieron con felicidad que
ella se pusiera a trabajar a los 13 años en una sombrerería en el Faubourg
Saint-Honoré, como tantas otras chicas jóvenes interesadas en la moda.
Tras
trabajar incluso en una sombrerería en Barcelona —toda una odisea y
osadía en la época—, la ínclita Jeanne regresó a París y en 1885 abrió un
taller de sombreros. Viendo que las cosas le iban bien, poco más tarde y en un
arranque de valor abrió su propia sombrerería en la Rue Boissy d’Anglas en
1889. Su tienda se encontraba lo suficientemente cerca del Faubourg
Saint-Honoré como para atraer a una clientela de parisinas presumidas que ella
había tratado con anterioridad, aprovechando el tráfico comercial de la zona;
pero al encontrarse el local en una callecita escondida junto a la Place de la
Concorde, el precio de alquiler bajaba ostensiblemente, haciendo posible su
esperada apertura.
A través de sus
relaciones conoció al conde Emilio di
Pietro, con el que se acabó casando en 1896. Y llegó la circunstancia
que cambió su vida por completo: su hija Marguerite, que a partir de ese
momento se convirtió en su muñeca, su modelo y su vida. Jeanne, resuelta y
moderna para la época, decidió que su matrimonio con el conde no la llevaba a
ningún buen puerto y se separó de él cuando Marguerite era aún una niña de 6
años. Su decisión no fue algo en absoluto habitual para una mujer francesa a
principios del siglo XX. Lanvin, no obstante, nunca pareció arrepentirse y vivió
una vida tranquila y plena desde entonces. Se volcó por completo en su trabajo
y en su hija, a la que apodaron «Marie-Blanche», creando modelos maravillosos
para ella, hasta completarle un vestidor digno de una princesa medieval. Quería
que su hija tuviese todo lo que a ella tanto le costó conseguir. Y se puso
manos a la obra.
Los vestidos de
Marie-Blanche eran tan sofisticados y resultones que en el colegio las madres
de otras niñas comenzaron a encargarle
ropa a Jeanne Lanvin. Ella llegó a crear una completísima colección
infantil, algo que precisamente la marca acaba de relanzar recientemente.
Admirando la belleza y los detalles de los vestiditos que hacía Lanvin, las
clientas que venían a por sombreros o a comprar ropa para sus hijas, comenzaron
a encargarle réplicas para «señora» de los mismos vestidos para ir «a juego»
con las niñas.
En 1909, Lanvin
consiguió entrar en la Chambre Syndicale de la Haute Couture de París, con lo
que ello suponía de esfuerzo y rigor, pero también de reconocimiento y
notoriedad. Para entonces, la colección principal de Jeanne Lanvin era para
señora, aunque siempre mantuvo una zona en la tienda para sus colecciones de
ropa infantil de gusto exquisito. Con la entrada en la Chambre Syndicale, comenzó a adaptarse a las colecciones
semestrales, a los desfiles concretos y a limitar a un número de piezas
máximo cada modelo, asegurándose de cumplir cada pequeño requisito del exigente
círculo de la moda parisina. Marie-Blanche crecía y Jeanne Lanvin iba ideando
nuevos modelos y nuevos estilos para su hija.
Lanvin se
adentraba en la selección de los materiales y el colorido hasta el punto de trabajar con sus propios telares para
conseguir ese azul desvaído tirando a añil tan típico de la casa o el rosa
Polignac, llamado así por el linaje del que se acabó convirtiendo en segundo
marido de Marie-Blanche, familia a su vez de los príncipes de Mónaco. Su
matrimonio con el conde Polignac fue muy feliz. Él la introdujo en círculos
sociales, en el mundo del arte y apoyó todas sus iniciativas incluso
financieramente.
La modernidad de
Lanvin la llevó a ampliar sus colecciones y el número de sus tiendas, a crear un logotipo diseñado en 1907 por el
famoso dibujante Paul Iribe —más tarde novio de Coco Chanel— que mostraba la
silueta de madre e hija de perfil. Jeanne incluso se dedicó a idear un estilo
decorativo que convirtió en el «sello» de la empresa, anticipándose así incluso
a las modernas técnicas de merchandising y decoración comercial. En su
incansable búsqueda por la mejora y la innovación, Lanvin fue una de las
primeras casas en crear una colección de perfumes con su marca. Comenzó con «My
Sin» y rápidamente amplió la línea creando «Arpège» de nuevo inspirada por el
sonido del piano que tocaba Marie-Blanche. En 1926, sus tiendas incluían
colecciones de telas, objetos decorativos, pieles y lencería exquisita. Lanvin
incluso se lanzó a desarrollar una colección masculina, algo impensable para
una mujer. Así las cosas, con ese arranque y ese espíritu de innovación, se le
otorgó la «Légion d’Honneur», máxima condecoración del Estado francés.
Declive y sucesores
Jeanne Lanvin,
incansable, comenzó entonces a delegar
parte de su trabajo en su hija, que se convirtió en creadora para la
casa. Décadas después, desaparecidas ambas sin descendencia directa en 1946 y
1958 respectivamente, llegaron otros diseñadores a llevar el timón del diseño.
Tal fue el caso de Giorgio Armani o Claude Montana. En el año 1996, L’Oréal compró la totalidad del accionariado
de Lanvin, dedicando la marca principalmente a la perfumería. Lanvin se
marchitó.
Este año, 125
después de la creación de la primera sombrerería de Lanvin, la marca está
celebrándolo de un modo curioso, moderno y actual: se va a festejar cada semana de una manera distinta, distribuyendo
en las redes sociales fotos inéditas de vestidos, sombreros, perfumes o
momentos de la vida de Jeanne Lanvin, así como dibujos suyos, croquis, videos,
muestrarios de telas y mil curiosidades más. El negocio de Lanvin está siendo
redondo para Madame Wang, que compró la empresa en momentos críticos y ha
sabido sacar partido al potencial de la marca. Además de sus licencias en
perfumería y otros campos, los últimos cinco años han supuesto una explosión de
ventas para la marca francesa, que ha casi duplicado sus ventas a nivel
mundial, pasando de unos 130 millones en ingresos en el año 2009, a 250
millones este año pasado.
En una década
difícil para los negocios, Lanvin está
creciendo en todos los mercados. Gracias a Madame Wang y a el genial
Alber Elbaz, podemos disfrutar del renacer de una marca deliciosa en su fondo y
su forma. Jeanne Lanvin, estaría orgullosa de ver que la casa que lleva su
nombre sigue siendo innovadora, elegante y vanguar
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