viernes, 20 de junio de 2014

historia lanvin

Casa lanvin

Poca gente conoce el origen de la marca Lanvin, que no es otro que la historia personal de una creativa y hacendosa francesa, Jeanne Lanvin, uno de los más importantes iconos de la moda del último siglo. Lanvin nació en París en 1867 y tuvo un lugar preponderante ya en su familia, como hija mayor entre 11 hermanos. Sus padres, sin grandes posibles, vieron con felicidad que ella se pusiera a trabajar a los 13 años en una sombrerería en el Faubourg Saint-Honoré, como tantas otras chicas jóvenes interesadas en la moda.
Tras trabajar incluso en una sombrerería en Barcelona —toda una odisea y osadía en la época—, la ínclita Jeanne regresó a París y en 1885 abrió un taller de sombreros. Viendo que las cosas le iban bien, poco más tarde y en un arranque de valor abrió su propia sombrerería en la Rue Boissy d’Anglas en 1889. Su tienda se encontraba lo suficientemente cerca del Faubourg Saint-Honoré como para atraer a una clientela de parisinas presumidas que ella había tratado con anterioridad, aprovechando el tráfico comercial de la zona; pero al encontrarse el local en una callecita escondida junto a la Place de la Concorde, el precio de alquiler bajaba ostensiblemente, haciendo posible su esperada apertura.
A través de sus relaciones conoció al conde Emilio di Pietro, con el que se acabó casando en 1896. Y llegó la circunstancia que cambió su vida por completo: su hija Marguerite, que a partir de ese momento se convirtió en su muñeca, su modelo y su vida. Jeanne, resuelta y moderna para la época, decidió que su matrimonio con el conde no la llevaba a ningún buen puerto y se separó de él cuando Marguerite era aún una niña de 6 años. Su decisión no fue algo en absoluto habitual para una mujer francesa a principios del siglo XX. Lanvin, no obstante, nunca pareció arrepentirse y vivió una vida tranquila y plena desde entonces. Se volcó por completo en su trabajo y en su hija, a la que apodaron «Marie-Blanche», creando modelos maravillosos para ella, hasta completarle un vestidor digno de una princesa medieval. Quería que su hija tuviese todo lo que a ella tanto le costó conseguir. Y se puso manos a la obra.
Los vestidos de Marie-Blanche eran tan sofisticados y resultones que en el colegio las madres de otras niñas comenzaron a encargarle ropa a Jeanne Lanvin. Ella llegó a crear una completísima colección infantil, algo que precisamente la marca acaba de relanzar recientemente. Admirando la belleza y los detalles de los vestiditos que hacía Lanvin, las clientas que venían a por sombreros o a comprar ropa para sus hijas, comenzaron a encargarle réplicas para «señora» de los mismos vestidos para ir «a juego» con las niñas.
En 1909, Lanvin consiguió entrar en la Chambre Syndicale de la Haute Couture de París, con lo que ello suponía de esfuerzo y rigor, pero también de reconocimiento y notoriedad. Para entonces, la colección principal de Jeanne Lanvin era para señora, aunque siempre mantuvo una zona en la tienda para sus colecciones de ropa infantil de gusto exquisito. Con la entrada en la Chambre Syndicale, comenzó a adaptarse a las colecciones semestrales, a los desfiles concretos y a limitar a un número de piezas máximo cada modelo, asegurándose de cumplir cada pequeño requisito del exigente círculo de la moda parisina. Marie-Blanche crecía y Jeanne Lanvin iba ideando nuevos modelos y nuevos estilos para su hija.
Lanvin se adentraba en la selección de los materiales y el colorido hasta el punto de trabajar con sus propios telares para conseguir ese azul desvaído tirando a añil tan típico de la casa o el rosa Polignac, llamado así por el linaje del que se acabó convirtiendo en segundo marido de Marie-Blanche, familia a su vez de los príncipes de Mónaco. Su matrimonio con el conde Polignac fue muy feliz. Él la introdujo en círculos sociales, en el mundo del arte y apoyó todas sus iniciativas incluso financieramente.
La modernidad de Lanvin la llevó a ampliar sus colecciones y el número de sus tiendas, a crear un logotipo diseñado en 1907 por el famoso dibujante Paul Iribe —más tarde novio de Coco Chanel— que mostraba la silueta de madre e hija de perfil. Jeanne incluso se dedicó a idear un estilo decorativo que convirtió en el «sello» de la empresa, anticipándose así incluso a las modernas técnicas de merchandising y decoración comercial. En su incansable búsqueda por la mejora y la innovación, Lanvin fue una de las primeras casas en crear una colección de perfumes con su marca. Comenzó con «My Sin» y rápidamente amplió la línea creando «Arpège» de nuevo inspirada por el sonido del piano que tocaba Marie-Blanche. En 1926, sus tiendas incluían colecciones de telas, objetos decorativos, pieles y lencería exquisita. Lanvin incluso se lanzó a desarrollar una colección masculina, algo impensable para una mujer. Así las cosas, con ese arranque y ese espíritu de innovación, se le otorgó la «Légion d’Honneur», máxima condecoración del Estado francés.
Declive y sucesores
Jeanne Lanvin, incansable, comenzó entonces a delegar parte de su trabajo en su hija, que se convirtió en creadora para la casa. Décadas después, desaparecidas ambas sin descendencia directa en 1946 y 1958 respectivamente, llegaron otros diseñadores a llevar el timón del diseño. Tal fue el caso de Giorgio Armani o Claude Montana. En el año 1996, L’Oréal compró la totalidad del accionariado de Lanvin, dedicando la marca principalmente a la perfumería. Lanvin se marchitó.
Este año, 125 después de la creación de la primera sombrerería de Lanvin, la marca está celebrándolo de un modo curioso, moderno y actual: se va a festejar cada semana de una manera distinta, distribuyendo en las redes sociales fotos inéditas de vestidos, sombreros, perfumes o momentos de la vida de Jeanne Lanvin, así como dibujos suyos, croquis, videos, muestrarios de telas y mil curiosidades más. El negocio de Lanvin está siendo redondo para Madame Wang, que compró la empresa en momentos críticos y ha sabido sacar partido al potencial de la marca. Además de sus licencias en perfumería y otros campos, los últimos cinco años han supuesto una explosión de ventas para la marca francesa, que ha casi duplicado sus ventas a nivel mundial, pasando de unos 130 millones en ingresos en el año 2009, a 250 millones este año pasado.
En una década difícil para los negocios, Lanvin está creciendo en todos los mercados. Gracias a Madame Wang y a el genial Alber Elbaz, podemos disfrutar del renacer de una marca deliciosa en su fondo y su forma. Jeanne Lanvin, estaría orgullosa de ver que la casa que lleva su nombre sigue siendo innovadora, elegante y vanguar







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